Regresar al lugar que me llena de energía : Machu Picchu, un Santuario de gratitud y felicidad

En un mundo en el que estamos llenos de responsabilidades, prisas y caos, siempre es bueno poder encontrar un lugar que se convierta en nuestro refugio espiritual. Para algunos, ese lugar especial puede ser la playa, el bosque, la montaña o incluso una ciudad. Para mí sin lugar a dudas, ese lugar que me trae paz es Machu Picchu, un rincón del mundo que no solo llena de energía a quienes lo visitamos, sino que también nos recuerda cómo practicar la gratitud y la contemplación es importante en nuestro diario vivir.

El regresar a Perú y poder visitar ese lugar mágico dejó una huella en mi corazón y en la de mis hijos, porque nos hizo sentir la felicidad en su máxima expresión. Y es que Machu Picchu tiene un poder especial que nos hace conectarnos con una versión más pura y tranquila de nosotros mismos, porque nos recuerda quiénes somos en nuestra esencia.

Cada paso que realicé en este santuario Inca me devolvió a un estado de asombro y humildad. La majestuosidad de las montañas que lo rodean, la historia que se encuentra grabada en cada rincón y la energía que emana este lugar sagrado me hicieron reflexionar sobre lo que realmente importa en esta vida.

No importa cuantas veces tenga que visitarlo, sé que siempre encontraré algo nuevo: una vista distinta desde la cima de la Montaña Huayna Picchu, un juego de luces y las sombras que parecen una coreografía realizada por el sol o el simple sonido del viento que acaricia las ruinas. Cada visita es una experiencia única que me hará recordar como un lugar me puede llevar de felicidad, no solo por estar ahí, sino porque me transformó junto a mis seres queridos.

Machu Picchu me enseñó la importancia de detenerme y ser consciente de las pequeñas cosas que me rodean. Desde el esfuerzo de los antiguos incas que hicieron posible construir esta maravilla en armonía con la naturaleza, hasta el aire fresco que llenó mis pulmones mientras recorría sus camino en compañía de mis hijos, todo lo que vimos y pudimos admirar en ese maravilloso lugar nos inspiró un profundo agradecimiento por las cosas que Dios nos ha dado en la vida.

Y es que estar en este lugar nos permite conectar con algo más grande: con la historia, la cultura, y sobre todo la naturaleza. En este mundo donde parece girar en torno a lo material e inmediato, Machu Picchu me recuerda que hay una belleza muy grande en lo simple, lo antiguo y en lo que persiste a pesar del paso del tiempo.

Y es que el estar en esta maravilla del mundo hace que la magia suceda. Al poner los pies en sus antiguas piedras, rodeado de esa niebla que parece abrazar la montaña, se siente la energía de este lugar envuelve. Es como si la sabiduría de los incas, la majestuosidad de la naturaleza y el silencio de lo eterno se unieran para recordarme lo pequeña que soy, pero al mismo tiempo lo inmensa que puedo sentirme al conectarme con algo tan poderoso.

 Machu Picchu no es solo un lugar turístico; es un santuario para el alma, porque es una oportunidad para recargar energías y replantear nuestras prioridades. El caminar por sus senderos hizo que mi mente se despejara y mis pensamientos se alinearan. Es como si este lugar tuviera la capacidad de limpiar el ruido mental y abrir un espacio para la claridad y la inspiración.

Tal vez es la gratitud por la vida, el asombro por la belleza del mundo o simplemente una profunda paz que pocas veces he logrado alcanzar en mi día a día. Creo que esos momentos de silencio y contemplación se dieron las mejores ideas y tomar las decisiones más importantes para iniciar el año y ser una mejor persona.

Sé que regresaré nuevamente a Machu Picchu, porque el volver al lugar que te hace feliz es un acto de amor propio, es darme ese permiso de recargar energías, de conectar conmigo misma y de recordar lo que realmente importa y tomar fuerza para enfrentar los desafíos de la vida con una perspectiva renovada y un corazón agradecido.

En nuestra vida todos necesitamos un lugar así, que sea un refugio donde el tiempo parece detenerse y donde podamos contemplarnos a nosotros mismos. A veces, la rutina, las responsabilidades y las prisas nos hacen olvidar esos lugares especiales.

Creo que todos tenemos un lugar como en mi caso lo es Machu Picchu: un espacio que nos devuelve la paz, la energía y la gratitud. Puede ser un lugar que hayamos visitado o no hemos descubierto, la clave es reconocerlo y regresar a él cuando sea posible.

Pero regresar a ellos no solo nos llena de energía o alegría, sino que nos recuerda la importancia de agradecer. Agradecer por la vida, por la oportunidad de estar en ese lugar que, de alguna manera, nos transforma y nos devuelve la esperanza. 

El volver a un lugar que nos hace felices, será un recordatorio de que la felicidad está al alcance de nuestra mano, que es una forma de reconectar con quienes somos realmente y con lo que valoramos.

En mi caso, Machu Picchu es mucho más que una maravilla del mundo o una postal hermosa, es un santuario que me recuerda lo que significa estar viva, ser agradecida y tener paz. También, es un recordatorio constante de que la felicidad está en las cosas simples: una caminata rodeada de montañas, el sonido del viento, compartir con mis hijos la conexión con nuestra historia y con la naturaleza.

Si tienes un lugar que te llena de felicidad, y aunque esté a miles de kilómetros o justo a la vuelta de la esquina,  no lo dejes en los recuerdos. Regresa. Permítete sentir esa energía y gratitud una vez más.

Porque al final del día, la vida está hecha de esos momentos que nos recuerdan que estamos vivos, y yo, al menos, siempre encontraré un pedacito de mi alma en Machu Picchu, porque siento que también estoy regresando a casa.
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